jueves, 2 de mayo de 2013

EXCLUSIVA POETICA 2013, capitulo 1


Una    Entrevista de,  Cristina Consuegra   realizada   a   Ricardo Menéndez Salmón

No hay literatura sin memoria.


Ricardo Menéndez Salmón* conoce muy bien lo que tiene la literatura de cinética y orgánica, prueba de ello es Medusa (Seix barral, 2012), su último título. Esta novela apuntala el entramado poético del asturiano al tiempo que refuerza su condición de autor de obra. Con una prosa contundente y poderosa, implacable, Medusa mide el ejercicio del mal a través de las obsesiones literarias de su autor y centradas en la figura de Prohaska, epicentro de este artefacto narrativo, principio y fin de las cuestiones universales en torno a la condición humana.

Con la publicación de Medusa, tu condición de autor de obra se refuerza, al igual que las ideas capitales que conforman tu poética. A la luz de lo publicado, ¿qué te ha concedido esa reflexión, desde ángulos tan diversos, en torno al ejercicio del mal?
Lo ya insinuado en Derrumbe y que Medusa confirma: el doble movimiento fascinación/repulsión que la maldad opera en sus actores y en sus espectadores. Y también la evidencia de algo que intuí hace tiempo, desde mis años de estudiante de Filosofía: el hecho de que quien desee aproximarse a la pregunta por la condición humana, antes o después debe interrogarse acerca de las encarnaciones históricas del mal.
Eres un autor que destaca, entre otros motivos, por una relación personal con la literatura. ¿Se ha modificado por el paso del tiempo? ¿El autor ha llegado a afectar a la persona?
Me sorprende la premisa de tu pregunta. No sé cómo un escritor podría mantener una relación no personal con la literatura. Para mí literatura y vida se alimentan inextricablemente. Soy escritor cuando contemplo una exposición, cuando viajo, cuando estoy con mis hijos. Lo único que el paso del tiempo ha ahondado es mi convicción de que la literatura es mucho más que un oficio, que en ella existe algo que se resiste a ser contemplado única y exclusivamente desde la perspectiva del trabajo. A falta de una palabra mejor, y sin pretender otorgarle ningún sentido espiritual al término que empleo, diría que la literatura es un don.
Con La luz es más antigua que el amor, incorporas al entramado de tu poética nuevos elementos que apuntalan tus obsesiones literarias. Quiero hacer referencia a la relación entre literatura y práctica artística. En este momento de tu trayectoria profesional, ¿qué logra despertar mayor interés o qué te conmueve con mayor dureza, la palabra o  la imagen?
Querría escapar a cualquier disyunción. No palabra o imagen, sino palabra e imagen. La imagen, cualquier imagen, me seduce precisamente por su aspiración a ser dicha, a ser traducida a palabras. Nunca olvido que si existe una maquinaria sin parangón a lo largo del tiempo para generar imágenes, esa ha sido la palabra del filósofo, la del poeta, la del novelista: la caverna de Platón, el ángel de Rilke, las parábolas de Kafka.
Con la publicación de La luz es más antigua que el amor y dentro de una trayectoria coherente, parece que inicias un enfoque/ajuste de tratamiento de tu poética, ¿compartes esta sensación.
Si eres un autor consciente de lo que la literatura debe significar, no puedes olvidar los libros que ya has escrito. En ese sentido, veo mi escritura como un embudo por el que cada vez pasa menos agua, pero con la condición de que ese líquido sea cada vez más puro. La luz es más antigua que el amor nace de una doble crisis, personal y de escritura, en la que no veía grietas en el muro, así que tuve que pelear y pelear para encontrar un resquicio por donde seguir, algo que se percibe, pues es un libro complejo en su arquitectura y ambicioso en su propuesta metaliteraria.
Uno de los grandes aspectos de Medusa es ese carácter evocador de tu propia obra, especialmente, La ofensa La luz es más antigua que el amor. Parece que con cada nueva obra revisas/escribes al mismo tiempo las anteriores, ¿espontaneidad o revisión perpetua?
Isaiah Berlin decía que había dos tipos de escritores: los zorros, que se mueven en horizontal, oteando el paisaje y adecuándose a él, y los erizos, que se mueven en vertical, cavando un hoyo cada vez más profundo bajo su vientre. Yo me siento cómodo en el segundo casillero zoológico. Dicho esto, el trabajo de escritura es espontáneo. Cuando comencé a redactar Medusa no me dije a mí mismo: «Bueno, ahora vamos a tender puentes con mis novelas anteriores». Es el propio proceso de escritura el que te devuelve a esos parajes ya conocidos.
Hay quien defiende que el acto de fotografiar/filmar es un acto de no intervención. Si esto también lo aplicamos al hecho pictórico, tal como lo concibe Prohaska, en la novelaestableces un juego muy interesante ya que el narrador actúa como cronista subjetivo de los días y trabajos de Prohaska. ¿No tuviste cierto vértigo o temor a que la mirada del narrador determinará la del lector?
Es un riesgo inevitable. Donde hay narrador, hay juicio, y donde hay juicio, existe un propósito, consciente o no, explícito o no, de modificar la realidad.
En relación con el resto de tu obra, ¿es Medusa la novela en la que la mirada del lector es más urgente y prioritaria?
Quizá sea la que con mayor inmediatez interroga al lector. Y lo hace en una doble dimensión: como un plausible narrador, obviamente, pero lo que quizá sea aún más importante, como otro plausible Prohaska.
Otro gran logro de la novela es hacer que el motor de la historia, en ocasiones, la propia acción, pase ineludiblemente por el narrador que testimonia, calibra y opina,… ¿esto no crees que puede dejar a Prohaska en una suerte de fundamental segundo plano?
Es posible, pero siempre teniendo presente que Prohaska, su obra y su vida, son el hechizo innegociable, el talismán, el enigma que pone en marcha la maquinaria de la ficción.

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