LITERATURA INFINITA 2013
Es muy
conveniente, en ciertas horas del día o de la noche, observar profundamente los
objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas
distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las
carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del
carpintero. De ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una
lección para el torturado poeta lírico. Las superficies usadas, el gasto que las
manos han infligido a Ias cosas, la atmósfera a menudo trágica y siempre
patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable
hacia la realidad del mundo.
La confusa
impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso
de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una
atmósfera inundando las cosas desde lo interno y lo
externo.
Así sea la
poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano,
penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las
diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la
ley.
Una poesía
impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes
vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías,
declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias
políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.
La sagrada
ley del madrigal y los decretos del tacto, olfato, gusto, vista, oído, el deseo
de justicia, el deseo sexual, el ruido del océano, sin excluir deliberadamente
nada, sin aceptar deliberadamente nada, la entrada en la profundidad de las
cosas en un acto de arrebatado amor, y el producto poesía manchado de palomas
digitales, con huellas de dientes y hielo, roído tal vez levemente por el sudor
y el uso. Hasta alcanzar esa dulce superficie del instrumento tocado sin
descanso, esa suavidad durísima de la madera manejada, del orgulloso hierro. La
flor, el trigo, el agua tienen también esa consistencia especial, ese recuerdo
de un magnífico tacto.
Y no
olvidemos nunca la melancolía, el gastado sentimentalismo, perfectos frutos
impuros de maravillosa calidad olvidada, dejados atrás por el frenético
libresco: la luz de la luna, el cisne en el anochecer, «corazón mío» son sin
duda lo poético elemental e imprescindible. Quien huye del mal gusto cae en el
hielo.
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