La decadencia de los políticos no cae del cielo
La decadencia de los políticos no cae del cielo
El
primer capítulo del libro imaginario El perfecto izquierdista llevaría
por título “Cómo abrenunciar a los Estados Unidos y a las pompas de
Satanás”. En mis tiempos un verdadero progre no debía beber Cocacola ni
sentir simpatía por una sociedad que era la quintaesencia del
capitalismo más salvaje. Los grupos musicales eran otra cosa, te podían
gustar. Y el cine también, siempre y cuando fuera independiente (sic).
Pero en política... en política no se podía hablar con admiración de
aquel país sin levantar sospechas. Un amigo irlandés, emigrante hace
mucho tiempo en Nueva York, me decía que el estadounidense medio está
convencido de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos
recoge en uno de sus puntos el derecho a tener gasolina barata. Se
trata, claro, de una exageración, aunque no creo que esté muy alejada de
la realidad: un estadounidense puede soportar cualquier restricción
salvo la del combustible, lo que explica muchas guerras modernas. El
paso del huracán Sandy por la costa Este ha destruido infraestructuras,
ha arrasado barrios enteros, ha inundado el metro de Nueva York, y ha
dejado sin electricidad a un montón de gente. Pero lo que más está
irritando a los ciudadanos son las restricciones en el suministro de la
gasolina sin plomo.
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